El libre comercio internacional, o la crítica a él, es uno de los temas candentes de las presentes campañas presidenciales en Estados Unidos, un asunto que tiene arrastre entre millones de votantes tanto de derecha como de izquierda.
Los acuerdos internacionales de libre comercio han sido durante varias décadas uno de los puntales de las políticas económicas de Estados Unidos y muchos otros países. Ciertamente han sido polémicos desde el principio, sobre todo por sus efectos destructivos en sectores locales que no pueden competir con el extranjero y por los trabajos que se pierden al desplazarse industrias y actividades productivas hacia otras regiones y países, situaciones que con frecuencia se han dado sin las necesarias compensaciones o protecciones a los grupos que resultaron vulnerables.
Y también se ha criticado que muchos de esos acuerdos han dado prioridad a los intereses de las grandes corporaciones trasnacionales y puesto en segundo término a las empresas y los trabajadores locales.
Esa oposición no es exclusiva de los países en desarrollo o aquellos que ven sus economías y mercados abiertos a la competencia de poderosos países y entidades. En Estados Unidos ha sido uno de los temas medulares de las campañas primarias de Bernie Sanders y de Donald Trump, e incluso Hillary Clinton ha asumido esa crítica al rechazar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), uno de los planes estrella del gobierno de Barack Obama en materia de comercio internacional.
¿Por qué esa encarnizada oposición en Estados Unidos cuando, como se señala enThe New York Times, de acuerdo a economistas los acuerdos comerciales anteriores han sido, pese a sus efectos nocivos, en general beneficiosos para los estadounidenses?
Una de las razones comentadas es que, aunque esos acuerdos puedan proveer beneficios a escala general, muchas personas resultan golpeadas y mermadas por ellos. Para esas personas, la globalización no ha significado sino pérdida de empleos, de ingreso, de bienestar y, por ello rechazan los acuerdos comerciales, a los que consideran injustos y responsables de sus problemas. Y cuando los afectados constituyen grupos numerosos, geográficamente concentrados y con intereses y malestares comunes (por ejemplo, los trabajadores desplazados del área industrial del noreste y medio oeste de Estados Unidos), se convierten un una fuerza de presión de influencia considerable.
Son votantes que los candidatos presidenciales desean atraerse, y para los que ofrecen propuestas (genuinas o prefabricadas) para atender su malestar.
Pero, como se indica en el Times, el haber sido afectado por el cierre o la merma de cierta industria o sector económico no explica por sí mismo el rechazo amplio que, en múltiples estamentos socioeconómicos, existe en contra la globalización y los tratados de libre comercio.
En el caso de Estados Unidos, se comenta, ese rechazo tiene otros componentes que van más allá de la mera balanza de beneficios o pérdidas económicas: las actitudes aislacionistas, nacionalistas y etnocentristas que prevalecen entre amplios segmentos de la sociedad estadounidense catalizan el rechazo a la globalización al añadirle componentes adicionales, a veces incluso subjetivos: la noción de que los empleos, el ingreso, las oportunidades se han ido al extranjero, para ‘beneficio’ de personas distintas y quizá vistas como menos confiables o meritorias, para ventaja de otras naciones o poblaciones, todo por causa de decisiones de políticos que han dado la espalda a esas comunidades afectadas.
Ese componente psicológico es crucial en el rechazo a la globalización que se percibe hoy en Estados Unidos.
Y también existe, cabe decir, la noción de que esos acuerdos muchas veces han sido impuestos y han beneficiado a las grandes corporaciones y afectado a la población en general, tanto de Estados Unidos como de otros países, en una nueva modalidad de opresión, esta vez a manos de oligarquías transnacionales.
Así, como reporta Politico, en el proceso electoral de 2016 los candidatos presidenciales han utilizado la oposición a la globalización económica como instrumentos para captar electores. Sanders y Trump lo han hecho desde el principio, aunque con diferencias. El magnate rechaza esos acuerdos por considerarlos mal hechos y se dice el adecuado para renegociarlos de modo más beneficioso para Estados Unidos. Lo ve como cuestión de gestión de contratos y de negociación efectiva. Sanders, en cambio, más que una cuestión de cambiar o mejorar cláusulas de un convenio,se inclinó hacia una transformación general del modelo económico para darle un énfasis social y progresista. Y Clinton, ante la marea pro Bernie, ajustó también su discurso y rechaza ahora el TPP pese a que fue la gran apuesta del comercio internacional de Obama, como una vía para frenar el auge de Sanders y, hoy, para atraer hacia sí a quienes votaron por él en la primaria.
En cambio, Obama mantiene su apoyo al TPP, pese a la oposición de muchos demócratas y también de republicanos, lo considera beneficioso para el país e indicó que planea avanzar en ese tratado durante lo que queda de su presidencia, como señaló CNN.
A fin de cuentas, el problema es que Estados Unidos (y otros países también, como es el caso de México con el NAFTA/TLC) no ha ofrecido opciones de empleo, seguridad económica e ingreso para los muchos millones que resultaron en el lado negativo de la balanza de la globalización.
Esa falta de compensación (que se expresa, por ejemplo, en las ciudades del llamado “cinturón de herrumbre” en estados como Pennsylvania, Ohio o Michigan, cruciales en el proceso electoral de 2016) sumados a factores psicológicos como los mencionados anteriormente, al mensaje contestatario de los candidatos al respecto y al hecho de que muchos de esos afectados son votantes que podrían definir el resultado electoral han avivado el incendio antiglobalización en la presente campaña presidencial.
Otra cosa es que quien gane las elecciones pueda efectivamente revertir los efectos dañinos que la globalización ha causado en las comunidades estadounidenses, más allá de la retórica o de planes de corto aliento. La globalización ha penetrado tanto la estructura económica de Estados Unidos que no es algo que pueda suplantarse o transformarse con la velocidad y benevolencia que un votante estadounidense quisiera al momento de decidir su voto.
Pero es, sin duda, uno de los grandes retos contemporáneos que los gobernantes y los pueblos tienen frente a sí.