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EEUU… Estaría listo para tener una presidenta

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La nominación de Hillary Clinton como candidata presidencial del Partido Demócrata ha representado un hito singular en la lucha por la igualdad de oportunidades y por abatir la discriminación. Que una mujer sea la candidata presidencial de un partido mayor en Estados Unidos es en sí notable, y la posibilidad de que llegue a la Casa Blanca es también un signo de progreso en un contexto de desigualdades de género persistentes.

El resultado de la elección presidencial del 8 de noviembre es aún incierto, pero en caso de que Clinton resulta vencedora se romperá un límite más con la llegada de la primera mujer a la Presidencia de Estados Unidos, país que en ese aspecto –contar con una jefa de Estado o de gobierno– se encuentra en cierto modo rezagada ante otros países que han elegido presidentas, primeras ministros y cancilleres.

Con todo, tener una presidenta no significa que los problemas de desigualdad y discriminación de género vayan a terminarse y, como lo revela una reciente encuesta de AP-NORC, en realidad una amplia mayoría de los estadounidenses consideran que en caso de que Clinton llegue a la Presidencia la discriminación contra la mujer y la desigualdad de género persistirán siendo retos sustantivos en Estados Unidos.

Un 62% de los encuestados por AP-NORC señaló que si Clinton es electa el nivel de discriminación en el país no descenderá, 35% creen que sí y 12% cree que aumentará. Esa percepción es más auspiciosa entre los demócratas, pero no mayoritaria, pues 53% de ellos creen que la discriminación persistirá, 35% que disminuirá y 11% que se elevará si Clinton llega al poder. Los republicanos ven un panorama más gris: 73% cree que la discriminación seguirá igual si Clinton es presidenta, 14% que bajará y 11% que será mayor.

Aunque existe esperanza sustantiva, también habría entre los encuestados una fuerte dosis de realismo: si bien es cierto que el Ejecutivo puede ser catalizador de grandes pasos y avances, existen problemas arraigados, incluso sistémicos, que es más complejo y difícil erradicar. Esa podría ser parte de la explicación al fuerte escepticismo ante la noción de una reducción de la discriminación hacia la mujer solo por el hecho de que el país tenga una presidenta, aunque también podría afirmarse que la poca receptividad a esa idea entre los republicanos tendría un sesgo político patente, al tratarse Clinton de la gran rival a la que desean frenar en noviembre.

Y se ha comparado esa eventualidad, por ejemplo, con el caso de Barack Obama, cuyo arribo a la Presidencia marcó un hito histórico para Estados Unidos –el primer afroamericano en la Casa Blanca– pero no conllevó el fin del racismo o la discriminación contra las personas de color. Se ha dicho que los disturbios en Ferguson o Baltimore, originados en casos de brutalidad policiaca contra afroamericanos, son muestra de que las tensiones raciales durante el gobierno de Obama se han exacerbado, pero también lo son de que la conciencia sobre los abusos cometidos por autoridades contra minorías y la exigencia de rendición de cuentas y sanciones ha crecido sustantivamente en los últimos ocho años.

Y aunque desde el gobierno federal hay mucho que se puede hacer, las tensiones raciales mencionadas tienen que ver en gran medida con fuegos a escala municipal y estatal, ámbitos en el que el Presidente no tiene una injerencia directa, aunque sí puede y debe ser catalizador de mejoras.

Sea como sea, asuntos tan hondos como el fin de la discriminación, la desigualdad y el racismo no se resuelven por completo por los hechos de un solo presidente ni durante una sola administración. Pero una actitud distinta, abierta a encarar las lacras y comprender sus orígenes y sus soluciones está dentro del marco de lo posible, lo deseable, lo urgente y lo imperativo para un presidente o presidenta. Obama lo ha hecho así en buena medida, y es de suponer que Clinton está en la mayor disposición de hacerlo.

Pero junto al liderazgo singular hace falta la participación colectiva, y en eso cada persona tiene su parte.

Por lo pronto, la encuesta de AP-NORC señala con claridad que un 75% de los encuestados cree que hombres y mujeres pueden ser por igualmente capaces en política, pero 53% reconoce que la mujer aún cuenta con menos oportunidades de desarrollo político que los hombres. Y amplias mayorías consideran que una mujer presidenta sería lo suficientemente firme para encarar los problemas de la economía nacional (81%), manejar una crisis militar (72%) y mantener al país seguro ante el terrorismo (71%).

Habrá que esperar el resultado del voto del 8 de noviembre pero, por el momento, el país estaría bien dispuesto a tener su primera presidenta, lo que no es en sí panacea política ni signo de riesgo mayor, pero sí un paso enorme adelante en una caminata de larga duración.


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