Ese extraño encanto de los chicos rudos, el cliché del tremendo macho tiene una explicación evolutiva, pero que también ha sido ensalzada por una cultura que nos ha enseñado a que la fuerza (por no decirle agresividad) es sinónimo de atractivo y protección.
Y sí, ahí estás, babeando, empujada hacia los brazos y el colchón del mentado galán, ese que pondrías en el salón de la fama de los mentirosos o mujeriegos; ese que merece salir en el noticiero de la noche con un anuncio de “¡Peligro!, ¡aléjese!”.
Ya te ha hecho uno, dos, 20 dirty tricks que te han dejado llorando y moqueando por días. Ya pasaste por no contestarle ni un WhatsApp (a pesar de que te ardía el dedo por responder); ya te tomaste litros de café o de gin tonics resolviendo que ahora sí, ¡lo dejas! Tus pobres amigas ya se acabaron la saliva, los insultos y las sacudidas a tu autoestima, aconsejándote que lo dejes ir y le hagas espacio a lo nuevo.
Peeeero, ya vas de vuelta. Puedes olerlo, estás muy cerca de él, a una disculpa más o a un mensaje de decirle: “¡Vale!, ven a la casa y ‘hablemos”’, cuando sabes que no harán precisamente eso.
La peor parte de esto es la vergüenza: contigo misma, con todas las personas que te escucharon decir que JAMÁS le darías otra oportunidad, y la dolorosa culpa. Te estás atragantando con un caldo espantoso de todo lo anterior, más un ingrediente asqueroso: la incomprensión del porqué no logras encontrar en ti ese
freno.
Te preguntas si en tu interior hay al menos un poquito de eso que todos llaman autoestima. Y entonces sí, eso del cliché del tipo rudo deja de ser divertido.
De hecho, vivir en esa novela barata o chick flick, no tiene nada de cool. En especial, porque es muy poco probable que todo termine como en esas historias en las que él se arrepiente y cambia, volviéndose un ser colmado de inteligencia emocional. Aunque sé que sueñas con ello, pero ¡despierta!
Ok, comencemos por culpar a la evolución. O sea, el tema de la química es un hecho. Hay estudios que lo han comprobado, como los de Allan Mazur, de la Universidad Syracuse en Nueva York, y de Alan Booth, del Departamento de Sociología de la Universidad Estatal de Pensilvania. Te contamos: el modo en el que nosotras, hembras, seleccionamos a machos agresivos o dominantes funciona por la percepción de feromonas por medio del aparato vomeronasal, muy parecido a como lo hacen otras especies.
La androsterona es una feromona que se genera durante la descomposición de los andrógenos, y entre varias de sus funciones está despertar el interés sexual. Han descubierto que aquellos chicos reconocidos socialmente como ‘machos alfa’ producen más de ésta.
Asimismo, han detectado esta alta cantidad en hombres con tendencia a la ira y a la agresividad. Y también producen una reacción en otros machos al percibirla, generando respeto y admiración hacia los denominados ‘alfa’.
Aunque socialmente nos han enseñado a buscar un hombre más ‘equilibrado’, suponen que nuestra naturaleza animal también nos insta a elegir a aquellos con más poder de dominación: selección natural en búsqueda del macho más apto que nos dé crías más fuertes, capaces de sobrevivir.
Terrible, ¿verdad? Ahora, hay otra parte en la que sí tienes control, y el poder está en la conciencia; ya te diste cuenta de que no todo es un cliché cultural, pero sí hay una zona determinada por tus mapas mentales.
Es decir: tú tienes una idea respecto del amor y las relaciones con base en lo que aprendiste y, de hecho, nadie crea un constructo tan complejo como el del amor erótico y sus expresiones de manera aislada.
Las reconoces, adaptas y adoptas de tu clan. Principalmente provienen de tu familia. ¿Qué tipo de lazos se vivían ahí? ¿De casualidad notaste que la mejor parte siempre se la llevaba quien se mostraba iracundo, dominante, mentiroso? O, ‘de pronto’, ¿casi todas las mujeres en tu vida se han ‘dejado elegir’ por hombres que de alguna manera abusan emocionalmente? No necesitas tener una historia trágica; las violencias sutiles e invisibles son igual de poderosas.
Y ahí tienes. ¡Eureka!, comienzas a comprender por qué te encuentras en alguno de los dos lados: encapsulada en una coraza de agresividad (porque crees que te protege), usando chicos y escapando cada que se te empieza a mover el piso o, bien, trepándote una y otra vez a un trip de tipos que te dejan el corazón cada vez más deshilachado.
Quizá no es tu patrón y haz tenido todo tipo de relaciones, pero ahora, por más que tratas, no sabes cómo dejar a ese galán que va y viene, creándote un carrusel de dudas. Bien, tus causas, además de las anteriores, pueden provenir de una etapa de vida, incluso de la actual, que no estás sabiendo cómo resolver.
Tal vez estás en una relación en la que ya no te encuentras a ti misma, o que te tiene demasiado acostumbrada, por no decir aburrida. Checa, analiza. Porque de ahí viene la solución. La hay.
Dejémonos de consejos básicos, como ‘valórate’, ‘date a respetar’. No es que no sean válidos, pero al final se vuelven complejos de obedecer cuando no trabajas la raíz.
Es bien fácil decir ‘ámate’ si nadie te enseñó a hacerlo. Ojo, toda la explicación anterior no está para que te autocompadezcas, sino para que comprendas de dónde viene ese fenómeno en ti, repetitivo o no. Y que te amarres bien los calzones y trabajes en ello. Ya sea sola, con orientación o con apoyo de un terapeuta.
Las personas con las que nos topamos a lo largo de la vida son espejos, es decir, indicadores de lo que tenemos que sanar o explorar en nosotros.
Ningún tipazo o tipejo se te atravesó por pura casualidad; son un medidor de cómo te tratas a ti misma, de tu autopercepción y tu capacidad de conciencia.
Ahora, don’t panic!, sin duda alguna, esto nos ha pasado casi a todas. Y al principio, cuando una comienza a escudriñar en su interior es bastante complejo. Pero créeme, el mejor regalo que puedes darte es conocerte y comprender a fondo por qué actúas como lo haces.
Las herramientas que vayas descubriendo serán útiles de por vida y hasta para lo que no te imaginas. Eso es poder.
Y sí, al final, todo es una idea. Ese hombre es una percepción tuya respecto a él; mismo que llenaste y rellenaste de espejismos. De lo que quieres ver en él de ti. Y, cuando lo notas, se vuelve mucho más fácil.
Por otro lado, una vez que comiences a entender al menos superficialmente qué te ha llevado a estar tan enganchada, vas a necesitar rediseño y disciplina. Todo en esta vida se logra de esta manera. ¿A qué nos referimos? A ser más dura contigo misma. Sigue estos pasos:
1. BLOQUÉALO
En serio; de redes, de WhatsApp… Cierra la puerta a que te pueda contactar.
2. CERO STALKEAR
Deja de buscar con quién sale o se fotografía, y no armes una serie de ideas intentando entender por qué no te eligió o amó. Ese no es tu trabajo.
3. LLENA LOS ESPACIOS
Cuando aparezca en tu cabeza y comience ese tren de angustias, lee algo que te interese, ve videos que te hagan reír (evita los de romance), aprende algo nuevo o estudia.
4. SI NO TE QUEDA MÁS QUE VERLO PORQUE TRABAJAN JUNTOS
Conviértelo en parte del mobiliario. Sí, salúdalo o dirígete a él para lo básico, pero ignóralo sin ser grosera. ¡Ojo!, que eso levantará su alarma de ego y tendrá reacciones: será para ti un acto de valentía.
5. AGRADECE
Odiarlo o dedicarte a rememorar las cosas horrendas que te hizo no será útil. Lo mejor es enviarle la mejor vibra, darle las gracias en tu cabeza (no en persona) por lo que aprendiste de ti gracias a él.
6. UN DÍA A LA VEZ
Superarlo funciona como una adicción. Cada día apláudete por no haberle llamado. Date dosis de presente.
7. NO ES UNA COMPETENCIA
Ni por ser elegida o amada por él, ni compites contra otras o contra ti misma y tu ego. Suelta la idea de ganar, que él no es premio alguno.
8. ESCUCHA TU INTUICIÓN
Si ya observas que estás por repetir el mapa con el siguiente galán, detente e identifica.