“Vaya y juegue como usted sabe. Y si puede, tire un caño”, le ordenó Juan Carlos Montes al número 16, apenas iniciado el segundo tiempo, en una especie de súplica disfrazada porque los cordobeses los paseaban sin misericordia por todos los rincones de La Paternal.
Fue el miércoles 20 de octubre de 1976. El niño que había aparecido en la televisión golpeando pelotas, naranjas y cajas de cerillos sin dejarlos caer al suelo, iba a debutar.
Tenía quince años, en diez días cumpliría los dieciséis. Los huesos aún no le terminaban de crecer y no sabía si le crujían por tiernos, por los nervios o por ambas cosas. Había ocho mil personas en el estadio, un poco menos, pero si hoy sale a la calle a preguntar, Buenos Aires entera estuvo ahí.
“Si todos los que aseguran haberme visto debutar fueron a la cancha, el partido debió jugarse en el Maracaná”.
Fue Rubén Giacobetti quien cedió su lugar a Diego; minutos después, Juan Domingo Patricio Cabrera pasaría a la historia por ser su primera víctima. La orden de Montes se cumplió a la perfección:
“Le hice caso: recibí la pelota de espaldas a mi marcador, le amagué y le tiré la pelota entre las piernas; pasó limpita y enseguida escuché el Oooole… de la gente, como una bienvenida. Ese día toqué el cielo con las manos”.
El primer partido de Maradona terminó una derrota; sin embargo, aquel niño había disfrutado como en Villa Fiorito, de donde salió esa mañana, entre las diez y las once, con aquella camisa blanca, el pantalón de cordero y turquesa y un calor bárbaro, hace 39 años.