Te sientas a comer en un restaurante y en la mesa de enfrente hay otra persona. Los investigadores han indicado a ese comensal qué y cuánto debe comer, pero eso tú no lo sabes. Al final de la comida, te preguntan lo siguiente: “¿Por qué has decidido comer tal cantidad de ese plato?”. Si tu respuesta es “he comido todo lo que he querido”, o “he comido hasta sentirme lleno”, es que no has descubierto a los agentes infiltrados del michelín.
“Los participantes de nuestro estudio dan por sentado que tienen libertad para comer lo que quieran y en verdad les influye lo que comen los otros”, asegura Sarah-Jeanne Salvy, profesora en la Universidad de Southern California (EE.UU.), que dirigió el estudio en el que sentaban a agentes comilones al lado de inocentes individuos.
También hay otras razones que nos empujan a zampar sin tregua. Salvy asegura que, en parte, somos influenciables porque a través de la comida nos amoldamos socialmente y expresamos nuestra imagen. Este mecanismo de adaptación subconsciente funciona las 24 horas del día y puede influir en casi todas nuestras decisiones alimentarias. Por ello, no puedes permitirte poner el piloto automático y debes mantener el control de lo que comes en todo momento. Vamos a adentrarnos en las principales áreas donde merodean esos grasientos agentes a sueldo del kilo de más.
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1. En el bar con unos amigos
Sí, vale, eres dueño de tus actos, estás bien informado y tienes sentido común… salvo cuando estás con tus colegas. Un estudio británico indica que los hombres pueden llegar a consumir casi un 20% más de calorías cuando comen con colegas del mismo sexo.
Antes de que llegue el camarero, di que te apetece una ensalada. Puede que alguno de tus amigos se guasee, pero casi seguro que otros seguirán tu ejemplo. Hacer pública tu decisión de comer sano es el primer paso para cambiar tu conducta y, quizás, la de otras personas que te rodean. Así como copiamos los malos hábitos, también hacemos lo mismo con los buenos.
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2. En una cita
Resiste el instinto primitivo de pedir el filete de 500 gramos. En un estudio de la Universidad de Pensilvania (EE.UU.), los hombres ingirieron una media de 1.141 calorías cuando cenaron con mujeres, y 900 calorías cuando estuvieron con hombres. “Puede que los hombres intenten demostrar su masculinidad gastando dinero en calorías cuando están en compañía de mujeres”, sugiere Marci D. Cottingham, autora del estudio.
Pide con el cerebro, no con la testosterona. Propón compartir un primer plato con tu chica. Comer algo a medias tiene algo sensual y ella valorará más eso que te metas entre pecho y espalda un pedazo de animal carbonizado. Y si el restaurante es romántico, mejor que mejor. Según un estudio publicado en Psychology Reports, las personas que comen en restaurantes con una iluminación tenue y música suave consumen menos calorías que quienes comen bajo la típica lámpara fluorescente. Y a ella le gustará más.
3. Enfrente del televisor
Zampar ante la caja tonta puede ser incluso más peligroso que comer en un bar con tus amigos. Un estudio de la Universidad de Massachusetts (EE.UU.) comprobó que la tele puede incrementar hasta un 71% la ingesta de alimentos muy calóricos. Peor aún: el cerebro asocia la comida con ver la tele, de manera que te entrenas para tener hambre al sentarte en el sofá. Picas por costumbre, no por apetito.
Para empezar, apaga las distracciones. En segundo lugar, saborea los alimentos, que es el mejor método para que te sientas saciado. Utiliza siempre platos de verdad, no desechables. Investigadores de la Universidad de Cornell (EE.UU.) comprobaron que los platos de cartón hacen pensar que se está comiendo un aperitivo, con lo que aumenta la probabilidad de que luego quieran “una comida de verdad”. Si tienes que picar algo viendo la tele, que sean pistachos o pipas. Como hay que quitarles la cáscara, vas más despacio.
4. En casa con tu familia
Comer en casa no parece algo muy peligroso que digamos: eres tú quien cocina y quien sirve la comida, y además te sientas a la mesa y puedes guardar las sobras. Sin embargo, nada de eso sirve si lo tienes fácil para volver a llenarte el plato. Según un estudio de la Universidad de Cornell (EE.UU.), los hombres que dejaban el bol de servir en la encimera de la cocina consumían hasta un 35% menos de calorías que quienes ponían la comida sobre la mesa, a su alcance inmediato.
Deja en la cocina las bandejas de pasta y pollo. Proponte comer solo lo que hay en tu plato (es decir: saca las zarpas del de tu mujer y de tus hijos). Organiza las comidas de manera que primero se sirvan los alimentos más saludables. En un estudio de la Universidad de Leeds (Reino Unido), las personas a dieta que comieron ensalada de primero consumieron un 20% menos de calorías aproximadamente que quienes comenzaron con pan de ajo.
5. En un acto social
Comer sano puede resultar extraño en según qué circunstancias sociales. En un estudio de la Universidad de Scranton (EE.UU.), se pidió a los participantes que valoraran las características de una serie de personas que para desayunar comían tarta o bien leche con avena. Los que desayunaban tarta transmitieron la impresión de ser más divertidos. Mostrar autocontrol, aunque sólo sea por el hecho de elegir alimentos saludables, puede hacer que te perciban como estricto. Y uno puede querer dar la impresión opuesta. Esto se aplica a cualquier acto social con canapés o comida.
Comer en un acto social crea un vínculo. Además, queda muy mal que alguien te ofrezca un canapé y lo rechaces. Utiliza este truco: ten siempre a mano algo de comida y haz que dure. Así, cuando te ofrezcan algo, podrás decir que tienes que acabarte aún el plato. Otra táctica es ceder los canapés a las damas. Quedarás como un caballero y no parecerás un rancio.